Por circunstancias dispares de
nuestra vida, vamos creando un imagen distorsionada de nuestro ser que nos hace
perder el norte y no saborear las cosas más esenciales y pequeñas que son las
que realmente nos harían felices.
Muchas veces por desengaños nos
volvemos personas reticentes a cualquier nueva aventura que nos haría crecer
como personas. Otras veces nuestro entorno nos hace hacer cosas que nos separan
de nuestra esencia y nos centramos más en “el qué dirán”
Lo peor de todo es que por una u
otra causa vamos perdiendo el aroma natural y somos esclavos de la mirada
crítica de aquellos que quieran que sigamos unos mismos patrones.
Esto favorece, por supuesto, a
los más poderosos que saben que en este estado de parálisis que nos encontramos
pueden hacer las tropelías que les dé la gana.
Para cambiar esta situación de
ausencia de personalidad permanente, tenemos que buscar nuestro paraíso
particular en el cual de vez en cuando huir y hacer una reflexión personal de
donde estamos para así llegar a la piel y darnos cuenta de quiénes somos, cómo
sentimos y una vez de vuelta de ese paraíso sabremos con toda certeza a qué
debemos dar importancia y a qué no.
Nos volveremos personas con
identidad propia y con un criterio y una claridad que nos hará romper todas las
barreras que de manera artificial gente interesada nos han ido creando para no
ver lo verdaderamente importante que es nuestro ser y todos aquellos que se
preocupan verdaderamente por nosotros.
Si hacemos esto, todas las capas
artificiales se disolverán y sólo quedará una, nuestra piel.
“Piel”
Hace tiempo que dejé de sentir mi piel,
la metamorfosis fue cruel,
me separó de lo más preciado sin darme cuenta.
El humo llegó y todo me parecía igual,
no sabía diferenciar el bien del mal.
Por suerte, un día encontré el paraíso que me llenó
de reflexión.
Esta me dejó desnudo, mi vestido era mi piel y me
di cuenta
lo estúpido que pude ser.
Verdad
Sencilla