Todo el mundo llevamos dentro de nosotros una bestia que
tarde o temprano sale para ponernos a prueba. Es como la tempestad que viene
después de un día soleado y tranquilo, lleno de paz. Esta bestia nos trata de
hundir en su fango para comprobar nuestra resistencia.
En muchos momentos parece desaparecida hasta que de manera
repentina y sin esperarlo ataca y nos lleva del día a la noche más horrorosa y
terrorífica.
En ese instante gobierna el estado de la duda y de la
fragilidad que junto a la debilidad nos pone entre las cuerdas de ese “ring”
cuya dueña nos mira para ver si caemos.
Ante esta situación surge en nosotros el instinto de supervivencia
y empuñamos la espada como el guerrero medieval y después del aturdimiento inicial,
empezamos a luchar. Cada golpe es un acto de fe que nos hace más fuertes. Cada
segundo en pie, nos llena de motivación
y resistencia. Al finalizar la lucha, estamos cansados pero contentos de estar
vivos aunque con nuevas heridas de guerra. Este momento es el en el que nos gustaría
quedarnos eternamente, es decir, momento de paz después de una intensa guerra.
Sin embargo, la experiencia nos dice que ese momento placentero es efímero y
que la bestia volverá para probarnos de nuevo. Lo que no sabe ella es que ahora
somos más fuertes y estamos mejor preparados para una futura batalla.
La rendición no debe estar en nuestra mente aunque a veces
tengamos las rodillas hincadas en un suelo de alfileres que nos hace querer
tirar todo por la borda pero en ese momento nos viene la imagen de ese momento
placentero después de la batalla que es el que no hace levantarnos de nuevo y
ser más fuertes.
Es obvio, que estamos en constante alerta por nacer con esa
bestia interior. La clave está en si queremos luchar y hacernos más fuertes o
caer definitivamente es sus manos y dejar la experiencia encerrada en la celda
de la torre más alta.
“La Bestia acaba de
llamar a mi puerta, la ha marcado con una roja marca,
Desciendo a por ella y
sé que no va a ser nada fácil salir de esta situación.
Cada golpe que me
asesta, me aleja de mi realidad e ideales.
Retomo la lucha y doy
golpes que significan lucha y paz.
Finalmente, hago que
las Bestia huya y nos despedimos con un “hasta pronto”.
Sé que volverá y ella
sabe que le estaré esperando.”
(Verdad Sencilla)
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